ASESINATO DE MUJERES, GAYS Y TRAVESTIS EN CATAMARCA: CRÓNICA DE UNA CULTURA INSANA
21/11/2006 -publicado en Diario El Ancasti y Catamarca Actual
21/11/2006 -publicado en Diario El Ancasti y Catamarca Actual

Durante los últimos tiempos se han sucedido en Catamarca crímenes y violencias marcados por su aberrante saña con mujeres, homosexuales y travestís. Crímenes y delitos de “odio sexual”, caracterizados por el desprecio sexual o de género, que afectan a lo otro, a lo diverso de lo masculino.
En la comunidad catamarqueña, debe decirse, prevalece una añeja costumbre masculina, legitimada por el discurso moral y religioso y reproducida en el orden familiar y comunitario, que acuerda con el sometimiento, el desprecio y la utilización de la mujer. Vejamen que, se recrea por lo menos en dos sentidos: en el orden doméstico, mediante la naturalización del deber de la mujer de “atender a la familia” y en el orden social general mediante la imagen de “objeto sexual” (el fervor de la industria de la moda por convertir a las jóvenes en mercancía, es apenas un ejemplo).
Pero no sólo las mujeres son el blanco de esta cultura del sometimiento. El “sexismo” se reproduce como un profundo desprecio de los que son diferentes, los reduce a objetos de posesión (tal como lo expresa la figura del varón propietario de su casa, de los hijos, de su mujer), lo que se transforma en misoginia, homo o travestofobia. Odio que, convierte en instrumento de uso o placer a lo otro no masculino, que por ello mismo se oculta, se desfigura (el humor homofòbico es una señal de ello en comunidades como la nuestra).
Ese ocultamiento se traduce en prácticas de destrucción, crueldad y alevosía, como evidencia el recorrido por las páginas policiales de la prensa y nuestras reflexiones ya vertidas desde la Cátedra de Estética y Política, que conformáramos en 1997. En aquél entonces, denunciábamos algunos crímenes casi simultáneos: el de Víctor Escalante cuyo cuerpo fue encontrado sobre su cama, maniatado con alambres, con el cráneo aplastado con una plancha bifera y como burla cruel, con una rosa sobre su pecho. Ese mismo año sucedía además, el crimen de Miguel Ángel Rivero, travesti, encontrada apuñalada en el camping de La Carrera. Por aquellos días, también Rosa, una anónima mujer, embarazada, fue asesinada por su marido a patadas en el estómago y la cabeza, a plena luz del día, y ante testigos inmóviles de Villa Cubas.
A esta crónica debemos sumar los resonantes casos de Benjamín Ramírez Hidalgo, de nacionalidad peruana, a quien mataron a balazos, en su casa del sector norte de la ciudad y el nombrado caso de la Ripiera, donde un joven gay fue sometido, torturado y asesinado, clavándole un destornillador en la cabeza. Así como la travesti belicha Cassandra (Eugenio), también asesinada con cuatro puñaladas en el corazón, después de haber sido violada, cuyo cuerpo fue tirado a la vera del camino, en Pozo El Mistol. Igualmente, Mónica Beatriz Coronel muerta a golpes y desfigurada, rociada con sustancias cáusticas en diversas partes del cuerpo y atada con alambre y colocada en una bolsa de de basura de consorcio.
Ya Romina, de 13 años, con dos entradas en la Policía: una por prostitución y la otra por aspirar pegamento en la calle, fue violada y muerta en un zanjón. Mientras Raquel, hace algunos meses, como corolario de tanto golpe “doméstico”, fue finalmente atada a una silla, rociada con kerosén y quemada. En un acto de inmolación para no perjudicar a su prole, mintió que había sido un intento de suicidio. Pero tal vez advirtió que su muerte tendría sentido sólo si desnudaba en sí misma el feminicidio reinante en la provincia. Así, luego de una larga agonía y casi en su último suspiro, denunció a una “testigo de ruego”, una enfermera que accedió a escucharla, que su marido lo había hecho.
En la comunidad catamarqueña, debe decirse, prevalece una añeja costumbre masculina, legitimada por el discurso moral y religioso y reproducida en el orden familiar y comunitario, que acuerda con el sometimiento, el desprecio y la utilización de la mujer. Vejamen que, se recrea por lo menos en dos sentidos: en el orden doméstico, mediante la naturalización del deber de la mujer de “atender a la familia” y en el orden social general mediante la imagen de “objeto sexual” (el fervor de la industria de la moda por convertir a las jóvenes en mercancía, es apenas un ejemplo).
Pero no sólo las mujeres son el blanco de esta cultura del sometimiento. El “sexismo” se reproduce como un profundo desprecio de los que son diferentes, los reduce a objetos de posesión (tal como lo expresa la figura del varón propietario de su casa, de los hijos, de su mujer), lo que se transforma en misoginia, homo o travestofobia. Odio que, convierte en instrumento de uso o placer a lo otro no masculino, que por ello mismo se oculta, se desfigura (el humor homofòbico es una señal de ello en comunidades como la nuestra).
Ese ocultamiento se traduce en prácticas de destrucción, crueldad y alevosía, como evidencia el recorrido por las páginas policiales de la prensa y nuestras reflexiones ya vertidas desde la Cátedra de Estética y Política, que conformáramos en 1997. En aquél entonces, denunciábamos algunos crímenes casi simultáneos: el de Víctor Escalante cuyo cuerpo fue encontrado sobre su cama, maniatado con alambres, con el cráneo aplastado con una plancha bifera y como burla cruel, con una rosa sobre su pecho. Ese mismo año sucedía además, el crimen de Miguel Ángel Rivero, travesti, encontrada apuñalada en el camping de La Carrera. Por aquellos días, también Rosa, una anónima mujer, embarazada, fue asesinada por su marido a patadas en el estómago y la cabeza, a plena luz del día, y ante testigos inmóviles de Villa Cubas.
A esta crónica debemos sumar los resonantes casos de Benjamín Ramírez Hidalgo, de nacionalidad peruana, a quien mataron a balazos, en su casa del sector norte de la ciudad y el nombrado caso de la Ripiera, donde un joven gay fue sometido, torturado y asesinado, clavándole un destornillador en la cabeza. Así como la travesti belicha Cassandra (Eugenio), también asesinada con cuatro puñaladas en el corazón, después de haber sido violada, cuyo cuerpo fue tirado a la vera del camino, en Pozo El Mistol. Igualmente, Mónica Beatriz Coronel muerta a golpes y desfigurada, rociada con sustancias cáusticas en diversas partes del cuerpo y atada con alambre y colocada en una bolsa de de basura de consorcio.
Ya Romina, de 13 años, con dos entradas en la Policía: una por prostitución y la otra por aspirar pegamento en la calle, fue violada y muerta en un zanjón. Mientras Raquel, hace algunos meses, como corolario de tanto golpe “doméstico”, fue finalmente atada a una silla, rociada con kerosén y quemada. En un acto de inmolación para no perjudicar a su prole, mintió que había sido un intento de suicidio. Pero tal vez advirtió que su muerte tendría sentido sólo si desnudaba en sí misma el feminicidio reinante en la provincia. Así, luego de una larga agonía y casi en su último suspiro, denunció a una “testigo de ruego”, una enfermera que accedió a escucharla, que su marido lo había hecho.
El conocidísimo “Castillito”, encontrado sin vida en su cama, con el cráneo virtualmente destrozado y otras lesiones en el cuerpo que indicaban que había sido asesinado a golpes.
Hace pocos días, otra vez el espanto, la adolescente Rocío Ubilla, que como María Soledad Morales, fue sometida sexualmente, asesinada y su cuerpo seccionado y tirado a las alimañas.
En todos estos casos hay un común denominador: la lógica de exterminio proviene del miedo que desestabiliza nuestra propia y frágil identidad. Los otros que no son yo, y son despreciables (las mujeres, los negros, los judíos, los homosexuales, las travestis) amenazan los deseos más profundos y llevan a territorios inimaginables su negación, su represión, el odio.
Quienes tienen resuelta su hombría pueden considerar a la mujer como su igual y no como su subordinada sexual y de género, objeto de uso, descarte y hasta crueldad manifiesta.
En este sentido parece prometedora la tan anunciada “educación sexual” en las escuelas, que debiera emprender la tarea de orientar a que nuestros hijos convivan con su sexualidad y acepten la posibilidad de la existencia de la diversidad de orientaciones sexuales.
Ese puede ser un camino eficaz para aliviarnos como comunidad de los peligros de la violencia que va camino a generalizarse e incluso naturalizarse, en la medida que no hemos abierto la discusión sobre su presencia en nuestro cotidiano local. Pero lo será en la medida que se apaguen las alarmas conservadoras, siempre activadas por los custodios de la “moral y las buenas costumbres.”
Por ello mismo, una educación sexual saludable, en la escuela y en la familia, compromete también e ineludiblemente, una concepción pluralista y democrática desde el Estado, que disocie al fanatismo fundamentalista, encarnado en no pocas instituciones y discursos en nuestro medio y que en nombre de la moral y la religión fomentan el sometimiento de las mujeres, el racismo, y la homofobia.
En este sentido, sí, todos somos culpables de los crímenes que en Catamarca nos señalizan la persistencia de un odio que contradice los muchos principios pacifistas y solidarios que la comunidad dice sustentar. Solo desnudando y desmontando nuestras vergüenzas sociales es como podremos hacernos una sociedad de iguales.
FAA
Carlos Figari
Elsa Ponce
Antonio Torrente
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